Por: Joaquín Zenteno Hopp
15 de junio de 2020
Bolivian researcher, PhD candidate: “Responsible Innovation”.
Mohnsenteret, HVL Norway.
Es de esperarse que exista confusión, desinformación y grandes emociones en todo debate sobre sociedad, ciencia y tecnología. Los transgénicos no son una excepción. Pero lo que a mí me fascina es que la resistencia anti-transgénica se mantiene en boga entre círculos sociales altamente educados y preocupados por temas éticos y ambientales… Mientras que la comunidad científica da gritos diciendo que no existe razón alguna para su prohibición. Este es un fenómeno fantástico y a mi parecer exquisito de estudiar.
Dentro de la complejidad que implica este tema, quisiera compartir cuatro ideas importantes. Esto lo hago con base en mi experiencia de estudio académico y de campo sobre la soya transgénica en varios países de Latino América y Noruega. Mi mensaje principal es que los impactos negativos asociados a los transgénicos no son causados por los transgénicos en sí, sino por factores externos que influyen en la manera de cómo son percibidos. En este sentido creo que es necesario recapitular un concepto básico de biología aplicada, aclarar el problema de la contaminación química, hacer una revalorización de las voces críticas, y realizar una revisión bibliográfica sistematizada. Tomando en cuenta estos cuatro puntos, considero que es un error no permitir el uso de transgénicos en Bolivia. Espero que con el siguiente texto quede claro el porqué.
Transferencia de genes, un concepto clave de biología aplicada
Para comenzar, es entendible que exista resistencia a productos biotecnológicos que aparentemente atropellan el orden natural. Esto toma aún más sentido si uno juzga a los transgénicos con perspectivas religiosas o si uno es susceptible con la idea de remodelar la esencia de la vida. Pero una visualización cercana al dinamismo molecular que ocurre dentro de un transgénico (cuando se modifica el código genético celular), muestra que no existe diferencia significativa entre una planta o animal transgénico y un no-transgénico. Es decir que la transferencia de genes entre dos células sin la interferencia del hombre (transferencia natural)- versus la transferencia hecha en un transgénico (transferencia inducida), es técnicamente la misma. Una apreciación objetiva describiría al mundo natural como un laboratorio abierto que constantemente crea “transgénicos naturales”. Esto se llama “mutación”, y es el principio de la evolución, una constante experimentación genética que busca nuevas formas de vida (Custers et al., 2019).
El problema está por supuesto que los transgénicos son creaciones humanas. Criaturas de un laboratorio. Esto genera, y con mucha razón, gran escepticismo. Es cierto que la naturaleza prefiere cambios genéticos que toman en cuenta la historia evolutiva y ecológica contextual de una célula, pero ésta no es la única forma natural de propician cambios genéticos. La transferencia de genes entre células en la naturaleza es primordialmente aleatoria y espontánea, y por ende con mayor probabilidad a efectos no previstos que la hecha en un laboratorio. A esto se añade que los cambios hechos en un transgénico son mínimos, altamente controlados y además testeados a lo largo de varios años. Por ende, los transgénicos son mutaciones inducidas que implican, estadísticamente, un menor riesgo que las mutaciones naturales. Esto es por su puesto una generalización muy grande, por lo que es siempre importante hacer una evaluación independiente para determinar el riesgo en cada caso. Pero la idea principal es que los transgénicos no son productos alienígenos en comparación con sus pares naturales. Por consiguiente, es un error especular sobre posibles riesgos diferentes a los que cualquier otro ser natural, planta o animal, pueda tener.
Cabe recalcar que sí existen técnicas genéticas utilizadas para la producción de alimentos donde la aleatoriedad de cambios en genes es mucho mayor que la recurrente en la naturaleza. Esto implica que la posibilidad de riesgo a causar efectos ecológicos no deseados es relativamente mayor. Algunas de las técnicas más conocidas son mutagénesis, triploidización y fusión celular. Sin embargo, los productos de dichas técnicas no son considerados como transgénicos y no existe ninguna restricción nacional o internacional para su uso (o son mínimas). Esto se debe a que son productos (y técnicas) utilizados ya por varios años, a veces décadas, y su aceptación social es muy amplia. ¡Muchas de estos productos son hasta considerados orgánicos! Por tanto, si el riesgo ecológico de los transgénicos fuese considerado alto, la mayor parte de los productos convencionales y orgánicos deberían ser regulados con igual o mayor rigor que los transgénicos. Obviamente esto no es práctico, lógico, ni necesario.
El problema de la contaminación química
Cualquier persona enterada del daño ambiental que causa el uso de químicos propagados por el paquete tecnológico de los transgénicos (glifosato), me llamará la atención por alentar su uso. Incluso me dirá con mucha razón que el mayor problema es que gran parte de los transgénicos son producidos por agentes industriales que ante todo buscan saciar sus intereses económicos. A mí también me irrita, por no decir más, que los transgénicos hayan sido acaparados por una industria promotora de monocultivos y dependiente de químicos. Es desagradable pensar en seres que resisten a un químico diseñado para matar todo. Aún más provocador si se afirma que el avance de la frontera agrícola es parte del modelo propagado por los transgénicos… Esto indigna… ¡pero cuidado! Aquí hay un tema que muchos interpretan mal.
Los transgénicos (y sus insumos adyacentes) son sólo parte del combo que viene luego de que el avance de la frontera agrícola se efectúe por otras razones. La frontera agrícola avanza porque existe un mercado independiente para ello (de soya y maíz entre otros), y por tanto el avance ocurre con o sin transgénicos. Otra cosa es que la producción transgénica es técnicamente más conveniente que la producción convencional, por lo que se trata de una decisión tomada después de comenzar con la producción. Por ende, la prioridad para evitar la deforestación y degradación de tierras no agrícolas debería focalizarse en contrarrestar el avance de la frontera agrícola en sí misma, y no en si la producción es transgénica o no. Este criterio es válido también para el argumento muy recurrente de que los transgénicos quitan espacio para la producción de otros alimentos más importantes para la seguridad alimentaria de Bolivia. El tipo de alimento producido dependerá más de cómo se delimite el uso de suelo y del incentivo directo que se otorgue a cada cultivo. Es más, el hecho de que los transgénicos permiten una producción más viable, reducen la cantidad de tierra requerida para producir una cantidad equivalente de producto. Es en este sentido que el debate sobre la frontera agrícola, tipo de producción agrícola y biodiversidad debería centrarse en la generación de leyes específicas sobre uso de tierra, diversidad productiva y áreas de conservación. Mientras que el debate sobre si conviene producir transgénicos o no debería centrarse en definir qué tipo de tecnología es más beneficiosa para trabajar tierras ya designadas a producir cultivos comerciales.
En términos generales, el cambio de producción convencional a la producción transgénica significa una reducción promedio de toxicidad de 37% y una reducción de costos por menor uso de pesticidas de 39% (Klümper y Qaim, 2014). Esto significa un aumento de producción de 22% por área. En este sentido, todo productor puede aumentar en promedio sus ganancias hasta un 68% (obviamente guardando respeto a la particularidad de cada caso). Esto ocurre no solamente porque es posible producir más, sino también porque hay una reducción de costos por menor uso de químicos, motorización y mano de obra. Para países como Bolivia donde la mayor parte de la producción es realizada por pequeños agricultores, esto tiene gran significado social. Incluso tomando en cuenta el impacto por perdida de trabajo para jornaleros. A parte de ello, el uso de transgénicos comparado con producciones convencionales a nivel mundial ha significado una reducción del 14% de emisiones de carbono (Mahaffey, Taheripour, y Tyner 2016). Esto debido a que los transgénicos ayudan a que haya menor necesidad de trabajar la tierra con tractores, lo cual además beneficia la calidad del suelo al generar menor compactación (Belgian Research Institute VIB, 2016).
Ahora, el daño causado por el glifosato es temible (obvio, se trata de un veneno), y por tanto entiendo que exista resistencia social hacia este químico… pero hay un detalle muy importante que se debe entender. El glifosato es de menor toxicidad cuando se lo compara con los químicos que lo substituyen si se lo prohíbe ([i]). Es decir que prohibir glifosato incentiva de manera inmediata y directa el uso de químicos aún más dañinos. Esto se debe, como ya había mencionado, a que la producción industrial de cultivos comerciales (ej. soya) se da independientemente a que se permita o no transgénicos. El punto es que los transgénicos tienen como principal función disminuir la necesidad de aplicación de agroquímicos a la cual están expuestos los culticos. Esto es importante para asegurar un menor impacto al ambiente y a la salud de los productores, incluso si se toma en cuenta que el glifosato fue calificado como posible cancerígeno por la OMS en el 2015. Qué gran ironía, ¿verdad? Gran parte de quienes resisten a los transgénicos lo hacen porque les preocupa los niveles de toxicidad en la agricultura. En el mundo agrícola, la razón principal por la que un agrónomo profesional aconseja adoptar el uso de transgénicos (además de la económica)… ¡es precisamente para disminuir el uso de químicos tóxicos!
Se puede argüir que el empuje debería ser por motivar un modelo de producción agrícola menos dependiente de químicos y que, por tanto, el enfoque debería ser el de limitar el uso de cualquier tipo de tecnología que dependa de herbicidas. Es más, se debería evitar un modelo agrícola que promueve monocultivos, ya que éste es la mayor amenaza para la biodiversidad de nuestra tierra. Esto sería sin duda muy bueno, pero ¿cuán realista es poder producir la gran cantidad de alimento que el mercado mundial exige sin el uso de químicos y sin producción a gran escala? Muy pocos profesionales en el tema tomarían semejante ilusión de manera seria. Pero si lo tomáramos en serio, el tema a discutir debería ser cómo evitar el uso de químicos y monocultivos en todo tipo de producción, no sólo en la producción transgénica.
El enfoque debería estar en controlar la producción convencional ya que es ahí donde se genera el mayor impacto ambiental (The Royal Society, 2016). No sólo por toxicidad, sino también por compactación de suelo y generación de CO2. Los beneficios técnicos de los transgénicos son precisamente una manera de producir más en menor terreno y con menor costo ambiental. Además, es importante mencionar que existen varias decenas de transgénicos diseñados para evitar todo tipo de químico. Éstos son transgénicos que pueden ser considerados como “transgénicos orgánicos”. Productos con características genéticas que les permite combatir enfermedades sin la necesidad de utilizar agentes externos. Personalmente considero que el camino hacia una producción más sustentable y responsable podría viabilizase con la ayuda de esta tecnología.
Una revalorización de las voces críticas
Existen experiencias muy alarmantes que denuncian el efecto negativo de los transgénicos sobre la salud, la economía y el ambiente. Algunos de los estudios más conocidos que recopilan estos hechos son los siguientes: McKay y Colque (2015), Catacora-Vargas (2007), Seralini (2012) y todos los reportes, presentaciones e informes realizados por Vía Campesina, Greenpeace o Amigos de la Tierra. El caso más llamativo fue simbolizado por el conocido “Tribunal a Monsanto” que fue una movilización internacional de la sociedad civil en el 2016-2017 organizada para obligar a Monsanto a rendir cuentas por crímenes contra la humanidad y de ecocidio. Ante semejantes antecedentes, es primordial atender y estudiar dichas denuncias, y sobretodo entender por qué se dan y cómo se fundamentan.
Una primera observación es que la mayor parte de dicho material es organizado y financiado por organizaciones que representan a grupos que se consideran afectados por los transgénicos. Esto no es ninguna sorpresa, pero significa que se trata de actores que tienen como prioridad el velar por derechos humanos y, por tanto, su competencia profesional tiende a estar dentro de las ciencias humanas y/o sociales. Ven como parte de su responsabilidad el ser críticos a la amplia desigualdad reinante en el campo, al sobre empoderamiento de empresas agroindustriales, y a la constante pérdida de conocimiento ancestral/cultural sobre producción agrícola artesanal. Es natural que dicha perspectiva tienda a apuntar a los transgénicos como una amenaza porque éstos son una herramienta que (sobre todo si se toma en cuenta el contexto argentino y brasilero) es fuertemente apoyada por grandes propietarios y empresas agroindustriales.
No es de extrañarse que actores con gran capital de inversión sean los más determinados en adoptar el uso de una tecnología con claros beneficios técnicos y económicos. La adopción de nueva tecnología agropecuaria en países en desarrollo tiende a ser liderada por grandes empresas agricultoras (Trigo et al., 2013). Esto se debe a que son generalmente emprendimientos manejados por profesionales con una mayor red de contactos y mayor acceso a información científica y agronómica. Es así que el uso de transgénicos se hace más frecuente cuanto más grandes sea la inversión. Obviamente, esto se debe a que se trata de una tecnología que crea mayores beneficios a mayor escala de producción (aunque esto no significa que los transgénicos no benefician a productores más pequeños). En este contexto, y tomando en cuenta la historia de nuestro país, es de esperarse que el debate de los transgénicos se convierta en un capítulo más en la lucha simbólica entre grandes productores económicamente empoderados y pequeños protectores agrícolas en situación económicamente vulnerable.
A esto se suma que dichas organizaciones tienden a tomar presencia en el campo luego de que existan indicios de posibles efectos negativos al ambiente causados por el sistema de producción. Esto conlleva a que sus muestras de estudio tengan como punto de inicio los impactos del modelo agrícola reinante en el momento. Por consiguiente, su trabajo consiste en primero tomar nota del impacto observado y luego rastrean el origen de dicho impacto. Pese a que esto es metodológicamente válido, conlleva a que fácilmente se concluya que el problema original es el tipo de tecnología puesta en práctica en el momento. Esto es muy evidente en la experiencia argentina donde la llamada de atención a los efectos causados por el glifosato tomó fuerza varios años después de que los transgénicos acapararan casi la totalidad del sistema productivo (Zenteno et al, 2015). La importancia de tomar en cuenta esto es que, nuevamente, el beneficio de los transgénicos se hace evidente sólo si se los compara con los efectos de otros tipos de producción, y no si se los evalúa de manera aislada o sin la debida contextualización.
Lejos de querer desprestigiar a las organizaciones previamente mencionadas, creo que la ambición debería ser usar la experiencia y conocimiento de estas organizaciones para generar un impacto más eficiente en favor del agro boliviano. La competencia que dichas organizaciones tienen es esencial, y en realidad única, para crear un manejo responsable del agro. Es primordial tener entidades civiles que vigilen al sector agroindustrial y sirvan como resguardo para expresar preocupaciones a riesgos relacionados con nuevas tecnologías. Sin embargo, en lugar de criticar a los transgénicos en sí, las objeciones deberían ser dirigidas a cuestionar el modelo industrial agropecuario en cuanto a su dependencia general a químicos, su tendencia a propagar monocultivos y su propensión a degradar suelos. En mi opinión el problema real está en cómo el mercado internacional incentiva a nuestros productores a cultivar de manera intensa y desaforada. Es esto lo que se necesita corregir, y es en esta problemática donde dichas organizaciones tienen la potestad para generar un cambio.
La necesidad de hacer una revisión bibliográfica sistematizada
Existen cientos de informes y estudios producto de investigaciones llevadas a cabo por parte de las mejores universidades del mundo y organizaciones con certificaciones científicas. El mensaje es claro y abundante: “no existe razón para la prohibición de transgénicos”. Uno de los esfuerzos más grandes por determinar posibles riesgos asociados a los transgénicos es dado por un informe de la Comisión Europea (2012), que luego de 25 años de investigación llevado a cabo por 130 proyectos científicos independientes incluyendo a más de 500 grupos de investigadores de universidades europeas reconocidas, afirma no encontrar ningún riesgo para la salud o el ambiente (Tagliabue, 2017). Es así que el consenso científico arguyendo que los transgénicos no representan ningún riesgo mayor al de otras formas de producción es de 95% (Landrum, Hallman, y Jamieson 2019). Aún más importante de considerar es la carta firmada por 110 ganadores de premios Nobel en el 2012 que afirma de manera textual: “Las agencias científicas y reguladoras de todo el mundo han encontrado repetidas y consistentemente que los cultivos y los alimentos mejorados a través de la biotecnología son seguros, si no más seguros…” (Pacher-Zavisin 2016, p1). Finalmente, vale la pena leer los diferentes reportes de FAO sobre este tema.
La distinción de la calidad de estudios científicos en este tema es obviamente muy difícil. Lleva años poder distinguir qué estudios son de confianza y cuáles no. Esto se hace aún más difícil en una realidad de información masiva tergiversada. La conocida “Post truth era”, donde los partícipes no son solamente agentes gubernamentales y empresas industriales, sino también organizaciones civiles y otros grupos aparentemente imparciales. Sí existe un lobby corporativo agroindustrial agresivo que hace todo lo posible por apoyar la producción transgénica, esto es de esperarse y hay que tener cuidado. Creer lo contrario sería una ingenuidad. Pero del mismo modo hay que tener cuidado con el lobby anti-transgénico que también tiene toda una maquinaria bien financiada y organizada tanto por gobiernos como por agentes industriales de gran capital.
A lo largo de muchos años ha sido la Red Europea de Científicos por la Responsabilidad Social y Ambiental (ENSSER) quien ha llevado la batuta de la producción científica crítica a los transgénicos. Otra organización importante es GenØk, un centro de bioseguridad en Noruega conocido por su posicionamiento crítico a los transgénicos en países en desarrollo como Brasil, Bolivia y Zambia. En su página web está escrito: “GenØk trabaja a nivel nacional e internacional, y tiene como objetivo ofrecer entrenamiento y consultoría a países en desarrollo el asesoramiento de riesgos relacionados a organismos transgénicos” (traducción propia). Lejos de ser organizaciones con poco financiamiento, éstas reciben gran apoyo de actores clave. GenØk es directamente financiado por el gobierno de Noruega y apoya actividades politizadas relacionadas con el Principio de Precaución en el Protocolo de Cartagena que es parte de la Convención de Diversidad Biológica de Naciones Unidas.
Específicamente, GenØk ha jugado un papel muy importante en la política de regulación de bioseguridad en Bolivia, y ha estado detrás de varias campanas anti transgénicos en el país. Un miembro de GenØk de nacionalidad boliviana fue asesora en el Ministerio de Medio Ambiente Boliviano, reportando de manera directa a la Vice Presidencia, durante la administración de Evo Morales (2006-2019). Esta persona, asesorada por élites activistas de Europa con intereses políticos en contra de los transgénicos, también representó a Bolivia como delegada principal en la Reunión de las Partes (MOPs) del Protocolo de Cartagena entre 2008 a 2018 (MM Roca, entrevista personal 2020[ii]).
También hay que entender que existen varias industrias de gran capital que apoyan la perspectiva anti-transgénica. No sólo a actores involucrados en agricultura orgánica, sino también a empresas corporativas como productores de pesticidas tóxicos que pierden mercado con la producción de transgénicos. Es también importante considerar que el lobby anti-transgénico no es necesariamente mal visto por corporaciones productoras de transgénicos. Esta ironía se debe a que cuanto mayor sean las restricciones para producir transgénicos, menor es la competencia de pequeños emprendedores biotecnológicos. ¡Es decir que el movimiento anti-transgénico promueve de manera indirecta el monopolio corporativo pro-transgénico! Esto es grave porque limita el desarrollo biotecnológico no comercial enfocado en objetivos humanitarios, como en el caso del arroz amarillo, y afecta de manera negativa en la producción agrícola. Esto es especialmente cierto en países en desarrollo donde la necesidad de incrementar producción y desarrollar/adoptar nueva tecnología es necesaria para enfrentar al cambio climático y otros desafíos de producción de biomasa (biocombustibles, biomateriales, alimento para ganado, etc.).
Es por ello necesario no caer en literatura politizada. En mi caso personal, este esfuerzo me ha llevado varios años y grandes frustraciones, pero llevo conmigo varias lecciones. La principal ha sido distinguir que los estudios hechos por entidades científicas utilizados como base para desacreditar, desprestigiar o prohibir transgénicos, tienden a ser sólo un 5% de la literatura disponible y a referirse sólo entre sí mismos. Un claro ejemplo es el documento escrito por UCCSN-AL o Greenpeace en respuesta a la carta firmada por los premios Nobel previamente mencionada. Otro ejemplo, aún más alarmante, es el de Food & Water Watch que contrarresta el consenso científico sobre la seguridad de los transgénico con referencias bibliográficas que afirman lo contrario. Esto es importante de tomar en cuenta porque tal como indica Nicolia et al. (2014), la Universidad de Perdue o PennState University: las referencias científicas a favor de los transgénicos incluyen cientos de estudios recopilados bajo normas estrictas de independencia y certificación científica. Lo que sí debe cambiar es la manera en la cual dicha información científica es comunicada, ya que la mayor parte se encuentra apartada del público, escrita con un lenguaje muy técnico y poco enfocada en resaltar impactos clave.
Es un error estar en contra
Estar en contra de los transgénicos puede parecer lógico y ético debido al tipo de mensaje engendrado en varias organizaciones que velan por derechos humanos y el ambiente. No es raro ya que muchas de estas organizaciones guardan la confianza del público. A nivel mundial y local, son precisamente las organizaciones no gubernamentales las que están logrando dar una respuesta real a otros problemas socio-ambientales como al cambio climático o la contaminación de plásticos. Además, su especialidad está precisamente en comunicar a estratos estratégicos de la sociedad. Sus publicaciones, presentaciones y experiencia están dirigidas a convencer al público en general, políticos y otros líderes sociales. Esto no es así con asociaciones agronómicas y/o instituciones científicas, quienes debido a su especialidad y lenguaje particular, producen material para un tipo de público con intereses muy específicos. A mi parecer son éstas las razones principales por la que la visión anti-transgénica se mantiene en boga entre círculos sociales considerados como altamente educados y preocupadas por temas éticos y ambientales…
¡Pero es un error no permitir el uso de transgénicos! Entiendo que la forma por la cual el gobierno actual intenta aprobar transgénicos en Bolivia no sigue los procedimientos de debate popular y protocolar que se recomiendan para este tema en particular. Ahí hay muchos elementos legales que se deben tratar y resolver, en especial tráfico, uso de tierra y producción agroindustrial ineficiente. Pese a ello, considero que sería un error no apoyar la aprobación que el gobierno está promulgando. El debate popular debería más bien dirigirse a general un impacto de largo plazo que tome en cuenta los factores contextuales por los que atraviesa Bolivia. Los más importantes, entre otros, deberían ser: (1) Mejorar el acceso a micro-financiamiento para pequeños productores, tanto préstamos como también subsidios. (2) Seguro contra efectos del cambio climático. (3) Acceso a mejor información científica y mejor tecnología, incluyendo el uso de control biológico, rotaciones y uso correcto de pesticidas y fertilizantes, semillas mejoradas y acceso a irrigación de precisión. (4) Mejoramiento de infraestructura como caminos, puertos, silos, plantas procesadoras y cadena fría. (5) Información correcta y actualizada de mercados. Bolivia también necesita una mejor regulación de bioseguridad, mejor registro y recaudación de impuestos y un mejor control de mercados ilegales… y sobre todo mayor atención al pequeño productor y jornalero. ¡Ésa es la receta para apoyar al agro boliviano!
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Bibiografía
Belgian Research Institute VIB. 2016. «Effect of genetically modified crops on the environment». Fact Series. Rijvisschestraat 120, 9052 Gent, België Retrieved from: http://www.vib.be/en/news/Documents/vib_fact_genetisch%20gewijzigde%20gewassen_EN G_2016_LR.pdf
Catacora-Vargas, Georgina, Rosa Binimelis, Anne I. Myhr, y Brian Wynne. 2018. «SocioEconomic Research on Genetically Modified Crops: A Study of the Literature». Agriculture and Human Values 35 (2): 489-513
Custers René, Casacuberta Josep M., Eriksson Dennis, Sági László, Schiemann Joachim. 2019. Genetic Alterations That Do or Do Not Occur Naturally; Consequences for Genome Edited Organisms in the Context of Regulatory Oversight. Frontiers in Bioengineering and Biotechnology.
Eduardo Trigo Nicolás Mateo César Falconi. 20130 Innovación Agropecuaria en América Latina y el Caribe: Escenarios y Mecanismos Institucionales. Banco Interamericano de Desarrollo División de Medioambiente, Desarrollo Rural y Administración de Riesgos por Desastres.
European Commission. 2012. «Innovating for Sustainable Growth: A Bioeconomy for Europe». COM European Commission: Brussels, Belgium; p. 9.
Klümper, W and Qaim M. 2014. A Meta-Analysis of the Impacts of Genetically Modified Crops https://doi.org/10.1371/journal.pone.0111629
Landrum, Asheley R., William K. Hallman, y Kathleen Hall Jamieson. 2019. «Examining the Impact of Expert Voices: Communicating the Scientific Consensus on Genetically-modified Organisms». Environmental Communication 13 (1): 51-70. https://doi.org/10.1080/17524032.2018.1502201.
Mahaffey, Harry, Farzad Taheripour, y Wallace E. Tyner. 2016. «Evaluating the Economic and Environmental Impacts of a Global GMO Ban». AgEcon Search. 2016. https://doi.org/10.22004/ag.econ.235591.
McKay, B & Colque, G. 2016. Bolivia’s soy complex: the development of ‘productive exclusion’. The Journal of Peasant Studies. Volume 43. Issue 2: Soy Production in South America: Globalization and New Agroindustrial Landscapes.
Mesnage, R and Antoniou MN. 2017. Facts and Fallacies in the Debate on Glyphosate Toxicity. Front Public Health. 2017; 5: 316. doi: 10.3389/fpubh.2017.00316
Nicolia, Alessandro. Alberto Manzo. Fabio Veronesi and Daniele Rosellini. 2014. «An Overview of the Last 10 Years of Genetically Engineered Crop Safety Research». Critical Reviews in Biotechnology 34 (1): 77-88. https://doi.org/10.3109/07388551.2013.823595.
Pacher-Zavisin, Margit C. 2016. «Bio-bites!» Bioengineered 7 (6): 393-94. https://doi.org/10.1080/21655979.2016.1227206.
Séralini, G.E. Clair, E. Mesnage, R. Grss, S. Defarge, N. Malatesta, M. Spiroux de Vendômois J. 2012. RETRACTED: Long term toxicity of a Roundup herbicide and a Roundup-tolerant genetically modified maize. Food and Chemical Toxicology. Volume 50, Issue 11, November 2012, Pages 4221-4231.
Tagliabue, Giovanni. 2016. «The EU legislation on “GMOs” between nonsense and protectionism: An ongoing Schumpeterian chain of public choices». GM Crops & Food 8 (1): 57-73. https://doi.org/10.1080/21645698.2016.1270488.
The Royal Society. 2016. GM plants: Questions and answers. Dirección: https://royalsociety.org/topics-policy/projects/gm-plants/
Zenteno, J; Hanche-Olsen, E; Sejenovich, H. (2014). Argentina: government-agribusiness elite dynamics and its consequences on environmental governance. In: Elite dynamics, the left tide and sustainable development. Environmental Politics in Latin America. Bull, B and Støen, CM (ed.). Earthscan Routledge Sustainable Development Series, UK.
[i] Ojo, si bien es cierto que luego de unos años existe la tendencia de intensificar el uso de glifosato en transgénicos e incluso la necesidad de complementar con otros químicos, esto se debe a la resistencia que todo cultivo desarrolla debido a malas prácticas agrícolas. Es decir que ocurre con cualquier otro tipo de producción donde se utilicen químicos y no se sigan prácticas agrícolas correctas. Por tanto, éste NO es un problema neto del glifosato o de los transgénicos. ¡Es un problema de educación! Si bien es cierto que hay casos donde la producción específicamente con glifosato ha tendido a generar mayor resistencia en hierbas, esto se debe precisamente a su poca toxicidad (Mesnage y Antoniou, 2017). El glifosato permite a productores irresponsables mantener malas prácticas agrícolas por mayor tiempo que el normalmente permitido con otro tipo de químico. Esta es también la principal razón por la que las abejas pueden ser afectadas. Una debida dosificación y rotación de tierras no genera mayor intensificación y no afecta al ecosistema.
[ii] Entrevista personal PhD. María Mercedes Roca. Profesora de Biotecnología, especialista en regulación. Directora executiva, Consult MRS; Senior Fellow ISGP. Fecha de entrevista: Junio 2020.
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